domingo, 15 de septiembre de 2013

Juan de Mesa




Nacido en Córdoba en 1583 y fallecido en Sevilla en 1627, muchas veces se ha comentado en conferencias y escritos que hoy posee la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, que poco es lo que se sabe de la condición humana de Juan de Mesa, de quien desconocemos incluso hasta cual pudo ser su aspecto físico. 

Nada tiene de extraño este desconocimiento, habida cuenta de que no existe una bibliografía que hubiera permitido glosarlo en este sentido. De Juan de Mesa no ha quedado ni un retrato, ni un escrito, ni una modesta biografía. Para no quedar, ni siquiera una cita bibliográfica que le nombrase en cualquier libro, aún cuando no hubiese sido por motivos artísticos. Juan de Mesa constituye un auténtico enigma dentro del arte andaluz, ya que se trata de un escultor genial cuyo nombre ha permanecido ignorado por completo durante tres siglos. En realidad, si no contáramos con la presencia tangible de su partida de bautismo, y de defunción, podía dudarse de si Juan de Mesa fue en verdad un ser humano o un fantasma.

Y es que este imaginero no es otra cosa que el fruto maravillo de los hallazgos de una pleya selecta de investigadores, entre los que hay que anotar con letras áureas los nombres de José Hernández Díaz, Celestino López Martínez, Antonio Muro Orejón y Heliodoro Sancho Corbacho. Estos, en los comienzos del año 1927, partiendo casi de cero, ya que no contaban más que con las citas de Bermejo Carballo y Rodríguez Jurado, a quienes hay que considerar como los padres adoptivos del escultor, se propusieron averiguar con una paciencia admirable y ejemplar la existencia real de un escultor completamente desconocido llamado Juan de Mesa.


Pero lo verdaderamente curioso y extraño es el silencio que guardaron sus contemporáneos acerca del escultor cordobés. Juan de Mesa fue un artista total que tuvo el raro privilegio de no merecer por parte de los escritores de su tiempo, ni un elogio ni una repulsa. Por este motivo el escultor cordobés ha sido un hombre condenado a permanecer en el olvido. Nadie, absolutamente nadie de la culta Sevilla de aquello días se tomó la molestia ni de enaltecerlo, ni de denigrarlo, no ocupándose de él aun cuando hubiera sido por otra causa distinta a la del arte. 

Juan de Mesa no tuvo la suerte de otros compañeros, como por ejemplo su maestro Juan Martínez Montañés. De nuestro artista nadie se ocupó de hablar, ni sus discípulos, que los tuvo, ni sus amigos, que pudo muy bien tenerlos, ni los intelectuales de su época que, forzosamente lo tuvieron que conocer. Tampoco el pintor Pacheco, suegro de Velázquez, lo pintó en su galería de sevillanos ilustres, hecho inexplicable puesto que, viviendo ambos en el mismo barrio, Mesa en la calle Pasaderas de la Europa y Pacheco al principio de la Alameda, pudieron por razones de vecindad, conocerse y tratarse.

Además, el pertenecer los dos a la cofradía de Jesús Nazareno de San Antonio Abad, de la que Mesa fue, incluso, oficial de la junta de gobierno era también otro motivo, aparte del profesional, para que al pintor no le resultase el escultor un don nadie. Alonso Sánchez Gordillo, Rodrigo Caro y Ortiz de Zúñiga tampoco lo mencionaron en sus conocidas obras, pródigas en noticias, hechos y personajes de la Sevilla Barroca. Bien es verdad que el analista escribió la suya muchos años después de muerto Mesa, pero la circunstancia de ser Don Diego feligrés de San Martín, parroquia en la que estaba sepultado el escultor, va a favor de que pudo haber tenido conocimiento de su existencia y de su obra. Más extraño resulta el silencio tanto del Abad, como del erudito, que por fuerza le conocerían, ya que ambos fallecieron en esa edad madura y sólo unos años después que Mesa.


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