lunes, 2 de septiembre de 2013

Judíos de San Mateo


  



La talla de Nuestro Padre y Señor de las Penas es de talla completa y no está firmada, pero es atribuible al imaginero sevillano de la Escuela de los Roldan D. Ignacio López que estuvo afincado en la vecina localidad del Puerto de Santa Maria donde tuvo un taller. No obstante, sobre la imagen del Señor de las Penas siempre ha existido controversia, porque un sector de la crítica lo consideraba obra del siglo XVII y otro sector, la fecha en el siglo XVIII, fundándose en que, por su realización, tiene el movimiento y la emoción de dicho siglo, siendo este atribuido durante muchos años a las manos del jerezano D. Francisco Camacho Mendoza.

La imagen fue bendecida con el título "de las Penas" el día 23 de abril de 1714 (Viernes de Dolores), según consta en sus primitivas Reglas; la mencionada bendición fue realizada por el entonces Canónigo de la Real e Insigne Iglesia Colegial, Martín Real de Morales, por comisión del provisor. Este dato del acto religioso no aporta nada para localizar la época de la realización de la talla, puesto que por sus características parece de tiempos anteriores y, como último punto, en el acta de bendición se menciona que "está" en la Iglesia de San Mateo, con el sentido de anterioridad. Aunque es curioso que la bendición fuera posterior a la de la Virgen y San Juan.


La talla del Señor de las Penas es desgarradora por la indigente cantidad de heridas, erosiones, arañazos y contusiones que el artista hizo figurar en el cuerpo. La corona de espinas, de ramitas hirientes y cortantes, la lleva prendida en la cabeza, desgarrando las sienes y produciendo en la frente hilillos de sangre que descienden, con insuperable realismo, hasta la cara, el cuello y el tórax. Los azotes que el Señor recibió cuando fue atado a la Columna del Pretorio se reflejan admirablemente en la espalda de esta imagen, que aparece surcada por profundos latigazos. Las venas del cuello aparecen hinchadas, reflejando la enorme tensión del instante pasionista. Los ojos están elevados al cielo, en actitud de plegaria, confirmando esto, además, por las manos, que, entrelazadas, parecen musitar una oración. La nariz es recta, de amplias ventanillas y la boca ofrece unos labios que dan sensación de sequedad.

El cabello es suavemente ondulado. La mirada, elevados a lo alto, en oración al Padre, ofrece un gesto de infinita resignación ante el tormento, de dolor y de sacrificio. Las rodillas están muy quebrantadas, brotando sangre en abundancia, con una policromía suave, que trasparenta la sangre cuajada y los golpes recibidos. Indudablemente, el imaginero sevillano D. Ignacio López a quien se le atribuye dicha talla era un conocedor de la anatomía, y en esta talla nos dejó sus conocimientos de esta ciencia tan importante para el buen imaginero.

Bien pudiera decirse, que es un barroco que ha llegado a las últimas metas y logros, característica de la escuela Sevillana de los Roldan a los definitivos descubrimientos en cuanto a exaltación y búsqueda de aquellos sentimientos que, con mayor facilidad y sencillez, provocan en el espectador la piedad y el arrepentimiento. Para lograr esto, nuestro imaginero recogió el estado anímico de Cristo instantes antes de ser clavado en la Cruz. 

Es un momento pasionista de gran fuerza dramática, con Cristo quebrantado, física y moralmente, que se ofrece en la expiación al Padre, aislándose en su dolor, haciendo efectiva la Redención. Por eso, con el barroco ha dicho ya todo lo que tenía que decir en materia escultórica por lo que el autor hace a manifestación del sentimiento, y, en concreto, de un sentimiento trágico, cuando ya se vislumbra la muerte, de ahí que nuestro imaginero haya expresado un sentir sufriente, patético, centrándose en el rostro de Cristo, que es una maravillosa muestra de lo bien que conocía la psicología del dolor. La imagen del Señor fue restaurada parcialmente en 1984 por José Guerra Carretero, fijando algunas piezas del montículo donde está sentado, sellando algunas fisuras de la imagen y haciendo una peana que arriostra las piezas semisueltas de la primitiva. En el 2008 acomete la más importante restauración sobre la misma las manos del jerezano D. Agustín Pina, reparando grandes grietas que peligraba la fisionomía de la talla al igual que limpieza y recuperación de su segunda policromía. Actualmente se pueden apreciar detalles nunca vistos como moratones y heridas antes olvidadas y repintadas por el paso del tiempo. Las potencias del Señor son de plata sobredorada, cinceladas a dos caras y donadas por la juventud cofrade en el año 1994; las realizó Orfebrería Ramos de Sevilla.



En el Paso de Misterio aparecen también unas imágenes no sagradas, popularmente conocidas dos de ellas como Los Judíos de San Mateo. Son tallas modernas, obra del imaginero valenciano afincado en Jerez Ramón Chaveli realizadas en 1939. Estos dos judíos son deformes físicamente. El artista quiso representar en ellos la fealdad humana y la crueldad, lo que es claramente visible al contemplar estas figuras que intenta provocar en el espectador un fuerte impacto psicológico: al lado del rostro de Jesús, de su belleza, de su resignación ante el martirio, los rostros y expresiones de estos dos judíos constituyen el "reverso de la medalla": fealdad, crueldad, monstruosidad, cualidades negativas todas ellas de las que el artista se sirvió para incitar a la repulsa. Estas dos tallas de judíos aparecen en la delantera del paso, atareadas preparando la cruz, para dar paso a la ejecución, consumando la Crucifixión. Las posturas son naturales y los movimientos son muy acordes con la faena que están realizando. Uno de ellos es conocido popularmente como "El Bizco de San Mateo", que es una clara alusión a la deformidad comentada. Es el judío que empuña la barrena. Por su parte, el que clava el INRI con un martillo tiene, en su fisonomía, una verruga bien visible, conociéndose, pues, como "El Verruga".

En la trasera del paso aparecen tres soldados romanos, en actitud de echar a suerte la túnica de Cristo.

Un niño sostiene la misma, de terciopelo rojo con bordados en oro, y debido a su pícaro aspecto, es conocido en el popular barrio jerezano de San Mateo como el "Golfillo". Todas estas figuras también son de Ramón Chaveli, realizadas en 1940. En 1995 se estreñó un tambor en talla de madera para este conjunto de romanos, que lleva encima los dos dados que faltan, uno con el uno y el otro con el tres, ya que un soldado romano tiene en su mano el dado de cinco. El tambor es obra de Antonio Armario Hervás, autor también de la cruz arbórea que va en la delantera del paso que es del año 1993 y donada por su autor.

La canastilla, de estilo barroco, se comenzó y estrenó en 1968 y se finalizó en 1970, de madera tallada y dorada, obra de Manuel Guzmán Bejarano, siendo muy destacable la buena distribución de la iluminación del mismo realizada por seis candelabros con un total de cincuenta y cuatro luces y con las tulipas rematadas con aros repujados y dorados. Este mismo artista lo doró completamente. Las dimensiones de la parihuela son de 245 cm. de ancho por 495 de largo y 140 de alto. Los faldones son de terciopelo rojo, cada uno bordeado con galones de oro. La canastilla tiene un perfil con mucho bombo y unas enormes cartelas rodeadas por unos angelitos en diferentes posturas. En 1973, en la canastilla y en los respiraderos se colocaron dentro de las cartelas, ocho medallones de plata de ley, obras de Francisco Fernández Barranco.

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